lunes, 6 de noviembre de 2017

Ö

Al respirar
se me ha caído el corazón otra vez
y lo he roto.

Me di cuenta en la puerta de embarque
de una ciudad que lloraba mi marcha,
pero no tanto como la pérdida.


Me dejé un trocito despintado,
entre rojo y gris.
Desteñido por las lágrimas,
tenso por la risa,
agrietado por la nieve,
desgastado por la vida.

Ese trozo se me ha hecho polvo
y ha volado en mi dirección,
pero sin mí.

Y he vuelto sin él,
pero con el hueco.

Lo llené en el norte del norte,
y en el centro,
y en el sur del sur.

Con un polvo mágico
(que dicen los insulares que da poderes),
con ciudades de colores,
con carreteras infinitas,
con fuegos artificiales,
con noches que duraban días.

Y este agujero se me hace más grande por las noches.

Al respirar
se me ha caído el corazón otra vez,
y lo he roto.

La diferencia es
que esta vez sé que tengo que recoger solo algunos trozos,
y dejar que el resto se hagan polvo,
se rompan.

Tengo que dejar que vuelen.

Porque, si lo hacen, 
sí que los echaré de menos 
como al respirar. 

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